Uno de los debates de la educación actual en los principales países del mundo gira en torno a la denominada educación inclusiva. Se trata de la idea de que las instituciones educativas deben servir para contener a los jóvenes de zonas vulnerables y que se debe hacer todo lo posible para que abandonen la escolarización.
Los docentes, si bien entienden esta preocupación por parte de los gobernantes, deben lidiar entonces con un nuevo desafío: conseguir que la escuela no sea simplemente un lugar de contención, sino una herramienta de promoción social para que esos jóvenes en condiciones desiguales logren avanzar y mejorar su calidad de vida.
Educar no es simplemente que estén en la escuela
Los docentes buscan concientizar a padres y gobernantes acerca de las realidades de la escuela. No se trata solamente de que los chicos estén contenidos en la escuela, que vayan 4 o 5 horas y luego vuelvan a las calles. La escuela tiene su rol principal que es el de promover los conocimientos básicos que esos jóvenes necesitarán para seguir progresando en la vida.
Pese a los mensajes discriminatorios, lo cierto es que para los jóvenes en situaciones de desigualdad la educación es muy importante. La mayoría no cree que esté bien cualquier cosa, sino que buscan una oferta de calidad porque son conscientes de que es la única forma de salir adelante en un mundo que cada vez pide más especializaciones para acceder a puestos de trabajo bien remunerados.
En países como Argentina, los debates sobre educación inclusiva son muy candentes. Existen dos posturas muy diferenciadas, por un lado están los que apoyan las medidas de inclusión y buscan ofrecer a los jóvenes de zonas vulnerables una educación de calidad, y otros que promueven un estilo más relajado, basado en el preconcepto de que los pobres no quieren estudiar. Una lucha en la que docentes y alumnos deben tirar para el mismo lado si no quieren ser avasallados por los políticos de turno.