El pensamiento computacional es una habilidad fundamental en el siglo XXI, equiparable al pensamiento matemático o científico, que va más allá de la simple programación. En lugar de limitarse a entender lenguajes de codificación, como Python o Scratch, el pensamiento computacional se enfoca en desarrollar habilidades críticas como la resolución de problemas, la descomposición de tareas y la creación de soluciones estructuradas. Estas habilidades no solo son aplicables en la tecnología, sino también en diversos aspectos de la vida diaria y el aprendizaje.
En la actualidad, enseñar programación a nuestro alumnado en edades tempranas puede ser un desafío debido a la complejidad inherente de los lenguajes de programación, incluso aquellos diseñados específicamente creados para iniciación. Por eso, el pensamiento computacional se debe presentar como una alternativa más accesible y efectiva, especialmente para las edades de 3 a 6 años. El enfoque conocido como “desenchufado” nos permite introducir conceptos como secuencias, patrones y descomposición de tareas en un formato práctico, sin necesidad de dispositivos electrónicos.
Cuando trabajamos con el pensamiento computacional desde edades tempranas, los niños comienzan a desarrollar una comprensión profunda de cómo estructurar y abordar problemas. Por ejemplo, al descomponer una tarea compleja como «ordenar el aula» en pasos más simples, el alumnado no solo aprende a organizarse, sino que también interiorizan cómo un sistema computacional podría abordar una tarea como esta, empezando por los objetos más grandes, luego los medianos y después los pequeños.
Trabajar el pensamiento computacional en un aula desenchufada elimina la dependencia de dispositivos electrónicos y permite a los docentes enfocarse en estrategias pedagógicas manipulativas y creativas. En estas aulas, los materiales tradicionales, como bloques, tarjetas, hojas de papel y recursos visuales se transforman en herramientas poderosas para enseñar conceptos clave. Por ejemplo, actividades como diseñar secuencias de movimientos o identificar patrones en objetos cotidianos fomentan habilidades que luego pueden ser transferidas al ámbito tecnológico.
Este enfoque no solo democratiza el acceso al aprendizaje, sino que también permite integrar el pensamiento computacional en contextos donde los recursos tecnológicos son limitados. Además, el aprendizaje desenchufado es altamente adaptable, permitiendo a los docentes ajustar las actividades según la madurez y las capacidades del alumnado. Ahora bien, ¿qué rol asume el docente en esta estrategia desenchufada?
La implementación exitosa del pensamiento computacional en las aulas depende en gran medida de la preparación de los docentes. Es fundamental que ellos mismos desarrollen una comprensión sólida de los conceptos y habilidades que desean enseñar. Esto incluye desde entender cómo descomponer problemas hasta cómo facilitar actividades que promuevan la creatividad y el pensamiento lógico en los niños.
Un docente formado en pensamiento computacional no solo está capacitado para transferir este conocimiento a su alumnado, sino que también puede adaptar su enseñanza para diferentes edades. Por ejemplo, en un grupo de tres años, las actividades pueden enfocarse en identificar patrones básicos o realizar secuencias simples, mientras que para niños de cinco años se puede introducir la descomposición de tareas más complejas.
Trabajar esta habilidad de solucionar problemas desde edades tempranas no solo tiene un impacto en el desarrollo académico, sino que también fomenta habilidades transversales como la colaboración, la comunicación y la persistencia. Estas competencias son esenciales en un mundo laboral en constante cambio y forman la base para futuros aprendizajes en áreas como las ciencias, las matemáticas y la tecnología.
Además, el pensamiento computacional prepara a los niños para enfrentarse a un futuro donde la tecnología será una herramienta omnipresente. Al aprender a estructurar ideas, resolver problemas y trabajar en equipo, el alumnado desarrolla una mentalidad que les permitirá adaptarse y prosperar en cualquier campo que elijan.
Los docentes, como mediadores clave en este proceso, juegan un papel crucial en la transformación de estas habilidades. Con una formación adecuada, los educadores no solo pueden enseñar, sino también inspirar a su alumnado a explorar, crear y resolver problemas de maneras innovadoras y colaborativas.
La educación en pensamiento computacional no es solo una herramienta para el aula; es una inversión en la capacidad de los niños para enfrentarse a un mundo en constante cambio con confianza, creatividad y habilidades sólidas.
Jorge Calvo Martín
Profesor y director de Innovación y Tecnologías en Colegio Europeo de Madrid