Marina Sonadellas vivió algunas de las situaciones más mediatizadas y ahora descubre quiénes eran esos jóvenes y las precarias condiciones en las que fueron acogidos
Samir, Hmad, Soufyane, Mohamed o Lamine. Son cinco de los más de 7.000 niños y jóvenes migrados solos que en 2018 llegaron a España con la esperanza de vivir mejor. Eran más del doble que los llegados el año anterior y pusieron contra las cuerdas el sistema de protección, coincidiendo con las elecciones municipales en todo el Estado y con las autonómicas en varias comunidades. Conocidos por las siglas MENA (menores extranjeros no acompañados), su acogida marcó la agenda política, y estuvieron en el centro del foco mediático en situaciones especialmente delicadas, como los conflictos con los vecinos en pueblos de la costa o el desgraciado suicidio de uno de los jóvenes. Lo sabe muy bien Marina Sonadellas, educadora social de profesión, licenciada en Antropología y colaboradora docente del grado de Educación Social de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), que explica en un libro su experiencia acompañando a esos cinco jóvenes y a unas decenas más. Publicado en catalán en junio de 2022, ahora la UOC ofrece la edición en castellano para que pueda llegar a más público y también a la comunidad educativa.
Bajo el título Menores y migrantes. Relato de una educadora en un centro de acogida, Sonadellas escribió el relato original en castellano como trabajo final de un curso de periodismo de la Universitat Autònoma de Barcelona. No se esperaba, primero, ganar un premio que supuso la edición en catalán del texto ni, después, ver su obra publicada en castellano. «El libro es mi voz, mi experiencia con ellos. Explico de dónde vienen, por qué situaciones han pasado, pero también si a uno le gustan mucho las aceitunas o el otro tiene las pestañas largas. Es una manera de acercarse y de conocer cómo funcionó el sistema de acogida, cuál fue el papel de la Administración y de los medios de comunicación y también qué trabajo hizo la sociedad civil, que se ha valorado poco», resume la autora.
Un centro de emergencia de más de dos años
Sonadellas fue contratada entre septiembre del 2018 y el otoño del 2020 por una de las entidades que, con financiación pública, se ocuparon de gestionar los centros de emergencia que tenían que acoger a esos jóvenes un máximo de 72 horas hasta ser atendidos en centros de acogida. La realidad fue que esta atención de emergencia se alargó más de dos años. «Como los centros de acogida estaban muy saturados, los servicios de emergencia nos fuimos convirtiendo en servicios de acogida. Hubo chicos que estuvieron un año o más con nosotros, y después fueron a pisos para mayores de 18 años o bien a la calle», recuerda la educadora.
Desde los barracones de un antiguo instituto hasta una casa rural, pasando por un hotel de la costa, el servicio donde trabajaba la autora del libro vivió cuatro traslados en esos dos años. Además de las polémicas y la presión política y mediática, tuvieron que asumir la gestión de la pandemia. «El libro también quiere reconocer el trabajo social que hicimos y la tarea tan invisibilizada de las personas que trabajan en el ámbito social», subraya Sonadellas, que actualmente acompaña a personas en situación de calle en un albergue.
Una experiencia que atraviesa
La colaboradora docente de la UOC explica que el vínculo es básico para acompañar bien a las personas y relata cómo, durante aquellos dos años, construyó vínculos profundos con los niños y jóvenes a los que atendió, algunos de los cuales todavía perduran: «Es una experiencia que me atravesó en muchos sentidos. Yo participo en la sociedad civil organizada, en el mundo del activismo y un poco en el periodismo, y ese era un tema que estaba tan en boca de todo el mundo que era muy difícil separar otros espacios vitales del del trabajo. Había chicos en situaciones muy complicadas y nos costaba mucho desentendernos de ellos. Las personas que trabajamos con ellos hicimos mucha formación en derecho de extranjería y en salud mental. Fueron dos años agotadores y de mucho aprendizaje, en una situación nueva para el sector, donde se creó un sistema paralelo de acogida».
Hoy, mejor, pero mejorable
Según los datos de la Fiscalía General del Estado, en 2018 llegaron, por la vía marítima, más de 7.000 menores no acompañados, mientras que en 2019 la cifra se redujo hasta 2.873 y en 2020 subió a 3.307. Son números fríos que, como destaca el consultor de Demografía y profesor de la UOC Pau Miret, hacen referencia a niños y jóvenes que «se sienten plenamente adultos con relación a la juventud autóctona y que huyen de una situación imposible en su país con la intención de insertarse en el mercado de trabajo sin la posibilidad legal de hacerlo».
Para los llegados desde el otoño del 2021, la situación es algo mejor gracias a la aprobación de un Real decreto que reformó el Reglamento de Extranjería para facilitar, entre otros cosas, el acceso al mercado laboral de los jóvenes migrados a partir de los 16 años. «Se supone que, con el nuevo decreto, cuando cumplen los 18 años deben tener acceso a un permiso de residencia y de trabajo, pero muchos de ellos continúan quedándose colgados», explica Sonadellas.
La antropóloga reconoce que ha habido un antes y un después de la gran llegada de niños y jóvenes del 2018, pero también dice que queda mucho trabajo por hacer. «La sociedad civil ha tenido un papel invisible pero muy importante en la acogida, y desde la Administración ha habido ciertas mejoras que son innegables en cuanto al destino de los recursos y el cambio de modelo, pero, si volviéramos a tener llegadas, no estoy segura de que se activarían dispositivos mucho mejores que los que tuvimos. No acaba de haber una planificación real en la acogida, todo se ha ido haciendo sobre la marcha. Y, burocráticamente, continúan habiendo muchas dificultades. Y hay un racismo institucional y social hacia esos chicos. Sufren mucho», concluye.
Fuente: UOC – Anna Torres