Nunca antes una generación tuvo tanto acceso a la información, ni tantas herramientas para comunicarse de forma instantánea. Sin embargo, los expertos coinciden en que los jóvenes de hoy, nativos digitales por excelencia, están mostrando carencias cada vez más preocupantes en habilidades sociales, empatía y comunicación interpersonal.
En un entorno dominado por redes sociales, mensajería instantánea y algoritmos que definen qué ver, qué decir y cómo comportarse, la generación más tecnológicamente preparada de la historia también se enfrenta a una de las mayores crisis de conexión humana.
Grandes en tecnología, pequeños en relaciones humanas
La Generación Z, nacida entre finales de los 90 y mediados de la década de 2010, ha crecido con el móvil en la mano, acostumbrada a interactuar con el mundo desde una pantalla. Esta exposición constante a Internet ha moldeado su forma de aprender, de entretenerse y de relacionarse.
Pero diversos estudios y observaciones señalan una tendencia clara: dificultades para mantener conversaciones cara a cara, ansiedad ante situaciones sociales reales, miedo a hablar por teléfono, e incluso problemas para leer las emociones del otro o expresar las propias.
“Saben hacer vídeos virales, escribir hilos de Twitter o editar fotos, pero se bloquean cuando tienen que resolver un conflicto o expresar cómo se sienten sin un emoji”, explican desde organizaciones educativas que trabajan con jóvenes.
Un exceso de estímulos y una falta de habilidades básicas
El problema no radica en la tecnología en sí, sino en la falta de equilibrio entre lo digital y lo humano. Las plataformas digitales están diseñadas para generar dopamina, mantener la atención y fomentar respuestas rápidas, pero no enseñan a escuchar, esperar, empatizar o gestionar la frustración.
Además, la vida digital ha reducido los espacios tradicionales de aprendizaje social: la calle, el parque, los juegos en grupo, la conversación en familia, el aburrimiento. Todo eso ha sido sustituido por scroll infinito y mensajes cortos.
Como resultado, cada vez más jóvenes llegan a la adultez sin haber desarrollado herramientas esenciales para el mundo laboral y personal: trabajo en equipo, comunicación emocional, capacidad de concentración, resolución de conflictos, tolerancia a la crítica o resiliencia.
El coste emocional y profesional de una generación hiperconectada
Las consecuencias no son solo anecdóticas. Según la psiquiatra infantil Sandeep Ranote, en menos de 20 años, el porcentaje de jóvenes con problemas de salud mental ha pasado del 10 % al 20 %, un dato alarmante que se relaciona con el aislamiento, la presión social digital y la falta de preparación emocional.
Y en el ámbito profesional, los efectos también se dejan notar: una encuesta realizada en Reino Unido en 2024 reveló que más del 25 % de los directivos evitarían contratar recién graduados debido a su falta de habilidades blandas como la comunicación, la resolución de problemas, la adaptabilidad o la gestión del tiempo.
¿La solución? Volver a enseñar lo básico
Ante esta situación, están surgiendo iniciativas que buscan reeducar en lo humano. Talleres de comunicación verbal, clases de gestión emocional, programas para aprender a hablar por teléfono o desenvolverse en entrevistas de trabajo… Lo que antes se aprendía por observación o experiencia, hoy se enseña como parte de un “currículo para la vida”.
Proyectos como Skills 4 Living en el Reino Unido, impulsado por la ONG Higher Health, apuestan por recuperar valores y habilidades esenciales: empatía, pensamiento crítico, respeto, civismo digital, escucha activa y convivencia.
Porque aunque la tecnología ha transformado el mundo, las relaciones humanas siguen siendo la base de la vida personal y profesional. Y si una generación ha aprendido a dominar el entorno digital, también puede aprender a reconectar con lo esencial.
Los jóvenes de hoy no necesitan menos tecnología, sino más equilibrio. La educación emocional, la comunicación auténtica y el contacto humano deben recuperar su lugar en una sociedad que avanza velozmente hacia lo virtual, pero que no puede olvidar que lo más importante no se mide en likes, sino en vínculos reales.
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