Al salir de mi cuartel,
con hambre de tres semanas,
me encontré con un ciruelo,
cargadito de manzanas,
empecé a tirarle piedras,
y caían avellanas.
Con el ruido de las nueces,
salió el amo del peral.
-Niños, no tiréis más piedras,
que no es mío el melonar.
Si queréis tocino fresco,
lo acabo ahora de sembrar,
Matías el fogonero,
lleva una carga de pan,
con una chocolatera,