El poder del empeño en el aprendizaje: ¿Es el esfuerzo por sí solo suficiente para alcanzar el conocimiento?

Escuchamos repetidamente: «Si te hubieras esforzado un poco más, habrías obtenido mejores calificaciones». Se asume que aquellos estudiantes que no aprueban, no alcanzan sus objetivos o no demuestran lo que han aprendido es debido a la falta de esfuerzo. Entonces, ¿es el esfuerzo en sí mismo suficiente para aprender? Según Sylvie Pérez, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), no si consideramos el esfuerzo únicamente como una cuestión de tiempo.

«Usualmente, concebimos el esfuerzo como pasar una hora leyendo un libro. Pero estar una hora leyendo un texto implica el esfuerzo de estar sentado, no de aprender», explica Pérez. «No se trata de invertir horas, sino de concentrarse completamente en lo que estamos haciendo y esforzarse mentalmente por comprender los conceptos y relacionarlos con lo que ya sabemos».

Pérez sostiene que es imposible aprender sin pensar activamente. La razón radica en que el aprendizaje se produce a través de la memoria de trabajo, que se encuentra entre las otras dos memorias con las que contamos: la memoria a corto plazo (sensorial) y la memoria a largo plazo (que almacena lo aprendido y se conserva en las personas mayores cuando comienzan a perder capacidad de retención). La memoria de trabajo se activa cuando manipulamos la información o la experimentamos de manera consciente. Este es el aprendizaje significativo, también llamado aprendizaje activo. «No se trata de hacer cosas, sino de pensar activamente sobre lo que se aprende», destaca Pérez.

Pérez ilustra este punto con un ejemplo: aprender una receta de cocina. «Cuando ya conoces una receta de memoria, la sabes porque la tienes en la memoria a largo plazo. Pero para que llegue ahí, primero debe pasar por la memoria de trabajo», dice. Eso es lo que sucede cuando se cocina un plato por primera vez y se presta toda la atención en ello. «Necesitamos tener la receta delante, medir los ingredientes, añadirlos en el momento adecuado, etc. Si lo hacemos sin distracciones, estamos trabajando la memoria de trabajo, la mente está activa: puse la sal, no la puse, 180 grados en el horno, 20 minutos, etc. Así es como terminamos reteniéndola en la mente», explica.

Lo mismo ocurre con los niños. Para aprender en la escuela, necesitan la memoria de trabajo, que activa lo que saben y lo que se les enseña. Esa tarea requiere esfuerzo por parte del estudiante. Y no depende tanto de la metodología, que puede ser una clase magistral o un método innovador, sino de que el profesor logre y cree las condiciones para que el estudiante se esfuerce por comprender lo que se le está explicando.

A pesar de ello, hay niños que realizan esta tarea casi sin darse cuenta, con un esfuerzo mínimo, mientras que otros encuentran que aprender, lo que implica manipular el objeto, examinarlo, pensarlo y transformarlo en la mente, les resulta mucho más difícil. «Hay personas con una velocidad de procesamiento, que es la rapidez con la que comprenden las cosas, más lenta y hay personas con una memoria de trabajo más limitada. Pero esto se puede entrenar. Simplemente tenemos que detectar que existe esta dificultad», afirma la profesora de la UOC. Pérez agrega que se trata de funciones ejecutivas que, con reeducación psicopedagógica y la enseñanza de estrategias específicas, pueden volverse cada vez más ágiles.

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Aunque se necesita un tiempo individualizado para ello, según Sylvie Pérez, hay algunas estrategias básicas que pueden ayudar:

  1. Jugar a juegos de mesa: La mayoría de los juegos de mesa entrenan estas habilidades. Por ejemplo, en los juegos de cartas se debe pensar en las cartas del oponente. Esto activa la memoria de trabajo. Lo mismo ocurre con juegos como el parchís: si se presta atención al juego, en cuanto se lanzan los dados, se sabe qué ficha mover. Este esfuerzo es el que realmente permite entender.
  2. Hacer esquemas, resúmenes o subrayar: Esto implica manipular el objeto de estudio, trabajar un texto, subrayarlo, hacer un esquema, lo que ayuda a comprenderlo. «Debes esforzarte por encontrar las palabras clave. Por eso se fijan los conceptos, porque estás aprendiendo. Memorizar un artículo tras otro no sirve para nada; cuando salgas del examen ya los habrás olvidado. Sin embargo, si los elaboras y los organizas, esto supone un esfuerzo, que es el que se necesita para aprender».
  3. Pasatiempos: Las sopas de letras, los sudokus y otros pasatiempos también entrenan la memoria de trabajo.

Recompensas a lo largo del tiempo

Una de las principales razones por las que es difícil incluir el esfuerzo en el aprendizaje es que en la sociedad actual prevalece la inmediatez, lo que no requiere tiempo de espera. «Todo caduca rápidamente y las recompensas se esperan de inmediato, sin importar en qué ámbito nos encontremos. Esta necesidad de inmediatez y de reducir el tiempo de espera hasta alcanzar un objetivo, resultado o premio implica la eliminación del esfuerzo. Si no hay tiempo para llevar a cabo un ejercicio, actividad o juego, es imposible que se necesite esfuerzo alguno», señala Sylvie Pérez.

Por lo tanto, en su opinión, es necesario incorporar la paciencia para introducir posteriormente el esfuerzo, pero para ello, el mundo adulto también debe ser capaz de no vivir en la inmediatez. «Los docentes deben ser conscientes de esto. Los psicopedagogos tenemos que compartir con los docentes y las familias la manera en que aprenden los niños», concluye la psicopedagoga.

Basado en la nota de prensa de UOC por Sylvie Pérez Profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.