Cuento: Mi amiga, la ardilla

Cerca de la casa está el parque donde cada día vamos a dar una vuelta en bicicleta, junto con varios amiguitos de la misma cuadra.

Las condiciones ya las conocemos: tener cuidado con las personas que pasean a pie, no salirnos del parque, no molestar a las ardillas y mucho menos tratar de acariciarlas porque muerden, etc. Tantas veces hemos escuchado lo mismo, que a fuerza de tanta repetición, ya lo hemos aprendido.

El parque es muy grande y bonito, muchas personas van a correr y a pasear; otras se quedan mucho rato pensando apoyadas en los gruesos troncos o leen un libro; otros incluso van a dibujar. Y nosotros disfrutamos de grandes vueltas en la bici.

Estaba descansando un poco después de la carrera que hicimos y donde llegué en tercer lugar, cuando sentí algo en mi pierna; pensé en una hormiga atrevida y cuál no sería mi sorpresa al encontrarme con que una ardilla me tocaba con una de sus manitas, para llamar mi atención.

– ¡Hola ardilla! ¿Por qué estás lejos de tu árbol? No me vayas a morder por favor, porque son muchas las inyecciones que tendría que ponerme y además mi mamá me regañaría – le dije al tiempo que me levantaba suavemente para no asustarla.

– No te voy a morder – me dijo – porque no me estás molestando, pero quiero que me lleves a mi árbol, por favor.

– ¡Tú estás hablando! – le dije con gran sorpresa.

– Tú me saludaste – me dijo – ¿acaso quieres que no te responda? Mi mami nos enseña a que siempre hay que responder el saludo que nos dan.

Recordé que mi mami nos decía lo mismo, y pensé que era mejor aprovechar la conversación, en vez de ponerme a explicarle que ese consejo se suponía que era entre humanos.

– Ya sé – continuó la ardilla, acomodándose sobre mis piernas – que estás pensando que la conversación es entre gente que habla, pero déjame decirte que muchas personas grandes saludan a los bebés que no saben hablar y hasta a sus perros les platican. Pero bueno, déjame explicarte por favor.

Y así me explicó que muchas veces había querido acercarse a mí para conversar conmigo, pero que hasta ese día realmente se había atrevido. Que se había fijado en mí porque siempre estoy cuidando de reojo a los más pequeños; que no maltrato las flores; que parezco la más prudente, etc.

Por supuesto que me sentí muy contenta y pensé que sería bueno que mis papás la escucharan para que supieran la excelente opinión que tenía de mí, esta ardilla tan curiosa y bien hablada.

Por supuesto que después de oír tantas cosas favorables de mi persona, me tomé todo el tiempo para escucharla. La situación era que muchas semillas de los altos árboles donde vivían, caían en el sendero, donde eran pisadas por la gente, o eran barridas y echadas a la basura.

Debido a la contaminación de la ciudad que aumentaba por día, los árboles tenían serios problemas de respiración y por más que se esforzaban, muchas veces no alcanzaban a llevar la savia desde sus raíces hasta las altas ramas; los árboles se sentían viejos y veían con preocupación que las semillas no se enraizaban para que crecieran nuevos arbolitos.

Yo escuchaba atentamente, pero como me había separado del grupo, llegaron otros amigos a buscarme, y al verme en amena plática con la ardilla, se acercaron despacio y con todo el asombro pintado en sus caras.

La ardilla les saludó como si nada y los invitó a escucharla para que entre todos pudiéramos ayudar a los árboles. Así es que dejaron las bicicletas a un lado y todos se sentaron alrededor. Por suerte no había ningún adulto en ese lado del parque.

Y continuó diciendo que a pesar de que se plantan muchos nuevos arbolitos, los ponen en bolsas de plástico muy pequeñas o no los riegan lo suficiente, así es que cuando llegan a ponerlos en tierra, muchos no sobre viven. Que se requiere que los arbolitos estén más grandes para que se puedan desarrollar mejor, antes de transplantarlos y que requieren cuidados, como sacarles los caracoles, hacerles una poza alrededor para que no se escurra el agua y otras cosas en que nosotros, los más chicos, podíamos ayudar.

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Mucho rato estuvo la ardilla hablando de tantas situaciones que nunca habíamos visto y que realmente no era mayor tarea para nosotros, así es que le aseguramos que haríamos un plan de acción al respecto.

Yo personalmente me comprometía a preguntarle a la maestra de Ciencias, qué podríamos hacer, y otros amigos también dijeron que preguntarían en sus casas y escuelas.

Nos despedimos de nuestra nueva amiga y subimos a las bicicletas, pero ahora íbamos despacio, cada uno aportando ideas acerca de cómo ayudar a que el parque se mantuviera siendo el hermoso lugar de paseo para muchos.

Al día siguiente y aprovechando la clase de Ciencias, le pregunté a la maestra, qué se podía hacer para conservar el parque vecino. Por supuesto que no le hablé de la ardilla parlanchina porque ni me hubiera creído ni me hubiera respondido. Así es que sólo le comenté que estábamos preocupados de ver las semillas caídas, y repetí todo lo que la ardilla nos había dicho.

Otros compañeros, se sumaron a las preguntas porque se empezaron a dar cuenta de lo que significaba perder los paseos en patines o en bicicletas, en los parques y jardines que todos usábamos, y al final, la maestra dijo que iríamos en un «trabajo de campo» como lo llamó, a ver cómo podíamos ayudar.

A la semana siguiente y con el permiso en la mano, nos dirigimos al parque donde se encontraba nuestra amiga ardilla, y estuvimos hablando con el personal de limpieza y con otras personas que paseaban. Todo era trabajo de la escuela, así es que todos respondieron las preguntas que habíamos preparado con anticipación.

Casi todos respondieron que sí era importante, pero que no sabían qué hacer para ayudar; todos nos daban la razón y nos aportaron excelentes ideas.

Mi amiga estaba subida en un árbol y nos siguió durante un buen trecho. Nosotros la saludamos, diciéndole frases como: «Les vamos a ayudar» «Plantaremos más árboles» «Verán cómo el parque mejora» y muchas otras, ante la de mirada de la maestra que, al ver que nos dirigíamos a las ardillas, sonreía de forma benevolente, seguramente pensando «estos niños hablan con las ardillas como si les entendieran», pero nosotros estábamos seguros que así sucedía.

Un mes después en el parque se veían letreros que invitaban a cuidar los nuevos arbolitos plantados, el riego se hacía de manera más cuidadosa y nosotros formamos diferentes brigadas: una de recolección de caracoles, otra para sacar la maleza que crecía junto a los nuevos árboles, otra para hacer pozas alrededor de los árboles pequeños.

Estas brigadas trabajaban una vez al mes, un domingo en que invitábamos a los papás a participar con nosotros.

Muchos papás empezaron a conocerse entre ellos e incluso, los más renuentes, poco a poco, fueron llegando a ayudar. Pusimos letreros de «Ayúdenos a conservar el parque» y lo mejor empezó a suceder cuando otros niños quisieron ayudarnos también y les enseñamos todo lo que hacíamos.

Comenzamos a hacer lo mismo en otro parque vecino y nuevamente tuvimos una excelente respuesta.

Un año después visitábamos y trabajábamos en cuatro parques; éramos prácticamente un regimiento de voluntarios y los parques estaban más limpios y las ardillas más felices.

Fue una gran fiesta la del primer aniversario de nuestras brigadas, y rodeados de globos, hicimos carreras de bicicletas y patines.

Ese día muchas ardillas llegaron cerca de nosotros y en los árboles, hicieron muchas piruetas entre las ramas. Yo creo que querían darnos las gracias, pero realmente los que teníamos que agradecerles, éramos nosotros, así es que dejamos muchas nueces al pie de los grandes árboles y nos separamos un poco, para disfrutar a la distancia del panorama tan hermoso.

Cecilia Poblete Ibaceta -Chilena