El pueblo de “Los Cerezos” se reunió en la alcaldía, con gran enojo y disgusto por lo que sucedía. Se encontraban sentados, tiritando por la llegada del crudo invierno, y aguardaban la aparición del alcalde, quien tendría la solución. Afuera la nieve no dejaba de caer, y cubría todo a su paso. De pronto el alcalde se asomó al estrado y dijo:
–Querido pueblo. Sé que nos encontramos en una difícil situación. El frío está ganando. Quedan pocos leños en el pueblo. Si deseáramos ir a otro pueblo a buscar ayuda, las carretas no servirían en la nieve, y los animales no llegarían muy lejos con este frío. Necesitamos leña para las chimeneas, y ya no quedan árboles para cortar. Pero tengo una idea.
Los rostros pálidos por el frío se miraron unos a otros. Por una de las ventanas se veía cómo los copos blancos caían. El alcalde prosiguió:
–Tendremos que talar algunos de los cerezos que se encuentran alrededor de la laguna. Hay suficientes árboles para que cada casa de este pueblo pueda soportar lo que queda del invierno. Hoy mismo comenzaremos con la tala.
Anonadados ante semejante solución, muchos no supieron qué decir, pero un hombre se levantó de su asiento y dijo:
–Es la mejor solución. Tenemos frío y algo hay que hacer. Yo estoy de acuerdo en tirar abajo algunos árboles para mantener caliente a mi familia. Es una gran idea.
Una mujer también se puso de pie y dijo:
–Los cerezos sólo son buenos en la época de recolección. Falta tanto para el verano, que debemos pensar primero en pasar el invierno.
Y así todos los pueblerinos estuvieron de acuerdo en talar los árboles para sobrevivir al frío invierno. Esa misma tarde se puso en marcha la obra. Y de tanta alegría, no pensaron en lo que sucedería después. Cortaron árboles de sobra; es más: cortaron todos los árboles, sin dejar ni uno en pie.
Meses más tarde, luego de haber cortado los cerezos, de haber utilizado y malgastado su madera para calentarse; de haber encendido fuegos en todos y cada uno de los hogares del pueblo, los días fríos y los días no tan fríos; de haber hecho con los leños que sobraban muebles, la gente volvió a reunirse en la alcaldía para solucionar un nuevo problema que apareció en el verano. El alcalde apareció en el estrado y dijo:
–Pueblo mío. El calor es intenso. No hay árbol en pie en todo el pueblo. Todos y cada uno de ellos fueron talados el invierno pasado. Y tampoco tenemos alimentos, el sol y la falta de lluvias han estruido las cosechas. Habríamos subsistido gracias a los cerezos, pero hoy ya no los tenemos. Y para colmo de males la laguna se ha secado completamente ya que los árboles que la rodeaban hoy no están para
darle sombra. Las carretas no se pueden usar por la sed que tienen los animales, y cualquiera de nosotros que quiera aventurarse a buscar agua fuera del pueblo, de seguro moriría.
Todo el pueblo miró al alcalde; esperaban que tuviera la solución, pero esta nunca llegó. De pronto un hombre se levantó de su asiento y dijo:
–Debería solucionar el nuevo problema.
–Lo haría si pudiera. Pero recuerden que ustedes estuvieron de acuerdo en talar los cerezos, sin pensar el costo que eso tendría. Sin medir las consecuencias.
Talaron árboles de más, en lugar de dejarlos en pie. Con los labios resecos y los rostros enrojecidos por el sol, el pueblo entendió cuál era el problema que habían causado. Ellos eran los culpables por no haber preservado sus árboles.
Autor: Dario Levin