De los bulos en TikTok a los vídeos manipulados por inteligencia artificial, las nuevas generaciones están creciendo en un entorno donde la información falsa viaja más rápido que nunca. Reconocerla, entenderla y hablar sobre ella en casa se ha convertido en una necesidad urgente para padres, madres y educadores.
En su último informe, ESET Research advierte sobre cómo la desinformación está calando entre niños y adolescentes: rumores que causan pánico escolar, retos virales peligrosos o leyendas urbanas que se viralizan sin base alguna. En la era de los vídeos cortos, la inmediatez y los algoritmos, pensar con calma y cuestionar lo que se ve en pantalla ya no es opcional, es supervivencia digital.
No todo lo falso es igual. Los rumores, por ejemplo, son contenidos sin verificar que se propagan casi por inercia. A menudo nacen de la desinformación, no de la malicia, pero pueden escalar rápidamente y causar angustia real. Ejemplos clásicos: los caramelos envenenados en Halloween o supuestas bandas de payasos aterradores rondando colegios. Luego están los bulos, intencionadamente diseñados para engañar, alarmar o estafar, como las noticias falsas disfrazadas de titulares impactantes o los sorteos imposibles en redes sociales. Y por último, las leyendas urbanas: esas historias tenebrosas, absurdas o simplemente increíbles que persisten durante años, adaptándose al formato digital.
Hoy, cualquier contenido puede viralizarse en segundos. Lo que antes se contaba en corrillos o pasaba de boca en boca, ahora recorre grupos de WhatsApp, foros y redes como TikTok o Instagram sin filtros ni contexto. Lo que lo hace aún más peligroso es que muchos de estos contenidos apelan a emociones muy humanas: miedo, curiosidad, indignación o ternura. Y eso los hace irresistibles… incluso cuando son completamente falsos.
La inteligencia artificial ha añadido una nueva dimensión a este fenómeno. Con herramientas accesibles, ya es posible generar noticias falsas, imágenes hiperrealistas o vídeos deepfake en cuestión de segundos. Además, bots automáticos distribuyen este contenido a gran escala, mientras los algoritmos de las plataformas suelen premiar lo que genera más interacciones, sin importar si es verdad o no. La tecnología ha perfeccionado la mentira digital. Por eso es más importante que nunca formar a niños y adolescentes en pensamiento crítico, gestión emocional y alfabetización mediática.
Una actividad sencilla y educativa que propone ESET es crear en familia una noticia falsa usando herramientas gratuitas. No para engañar, sino para comprender cuán fácil es fabricar algo que “parece real”. Esta práctica —que incluso recomiendan programas de alfabetización digital— ayuda a despertar el escepticismo sano y a valorar la importancia de verificar fuentes.
El informe repasa también algunos casos que, aunque desmentidos, han causado impacto real:
- El reto de la Ballena Azul (2016), que supuestamente inducía al suicidio tras 50 desafíos. Nunca se encontró evidencia sólida de su existencia, pero el pánico se extendió globalmente.
- Sleepy Chicken, un reto de 2022 que consistía en cocinar pollo con jarabe para la tos NyQuil. Aunque comenzó como broma, su riesgo era real: al calentar el medicamento se liberaban vapores tóxicos, y el consumo podía llevar a una sobredosis.
- El reto del desodorante, en el que adolescentes rociaban desodorante en spray sobre la piel durante el mayor tiempo posible. Provocó casos de quemaduras graves, similares a congelaciones.
- La falsa “Jornada Nacional de la Violación”, difundida por primera vez en 2021 y resucitada en 2024 en redes alemanas. Aunque fue ampliamente desmentida, llegó a generar advertencias oficiales que, lejos de frenar el rumor, lo amplificaron.
La historia demuestra que la manipulación informativa no es nueva. Hace más de 2.000 años, en la antigua Roma, Octavio —el futuro emperador Augusto— desacreditó a su rival Marco Antonio a través de una de las primeras campañas de difamación. Lo acusó de borracho, de traidor a los valores romanos y de estar dominado por Cleopatra. No había Twitter ni televisión, pero sí poemas satíricos, discursos encendidos y monedas con mensajes políticos. El resultado fue una victoria no solo militar, sino también mediática.
Hoy, el campo de batalla ha cambiado, pero las armas siguen siendo las mismas: controlar la narrativa, activar emociones y reforzar creencias. Por eso, enseñar a nuestros hijos a pausar antes de compartir, a comprobar quién dice qué, y a detectar señales de alarma como textos en mayúsculas, errores ortográficos o frases tipo “¡compártelo ya!” es tan urgente como necesario.
Hablar abiertamente de estos temas en casa puede marcar la diferencia. Una simple pregunta —“¿estás seguro de que esto es verdad?”— puede frenar la cadena de desinformación.
En un mundo donde lo falso puede parecer más creíble que lo real, la mejor protección no es un filtro automático, sino una mente entrenada para dudar, pensar y contrastar. Porque educar en el pensamiento crítico es, hoy más que nunca, un acto de amor y de defensa.
vía: eset