Especialistas en educación infantil y psicopedagogía alertan sobre los riesgos de una desconexión total durante las vacaciones escolares y proponen fórmulas flexibles que integren ocio, hábitos y aprendizaje.
Con la llegada del verano y el cierre de los colegios, muchas familias se preguntan si es conveniente mantener ciertas rutinas o deberes durante el parón estival. Aunque la idea de unas vacaciones sin horarios ni obligaciones resulta atractiva, cada vez más expertos coinciden en que un verano completamente desestructurado puede dificultar el retorno a la rutina escolar y entorpecer el desarrollo de habilidades clave.
La psicopedagoga Rocío Fernández-Durán, responsable del gabinete psicopedagógico de Colegios RC España, señala que “el problema no está en dar deberes, sino en cómo se entiende y se aplica el concepto de disciplina durante las vacaciones. Si la tarea se vive como castigo o como una extensión aburrida del colegio, pierde todo su valor. Pero si se integra en la vida familiar de forma natural y adaptada, puede ser una herramienta muy útil”.
Tres claves para un verano con sentido (y sin agobios)
1. Mantener pequeñas rutinas sin rigidez
Levantarse a una hora razonable, asumir alguna tarea del hogar o dedicar unos minutos a una actividad de repaso o lectura son ejemplos de rutinas ligeras que ayudan a mantener ciertos hábitos sin interferir con el descanso. No se trata de replicar un horario escolar, sino de evitar un corte brusco con toda forma de estructura.
“La rutina ligera previene la desorganización y el estrés del regreso al cole. Además, potencia habilidades como la planificación, la gestión del tiempo y la autonomía”, subraya Fernández-Durán.
2. Fomentar la responsabilidad sin presión
Ayudar a organizar la casa, colaborar en la compra o cuidar de las mascotas pueden ser tan educativos como un cuaderno de ejercicios. Estas tareas permiten mantener la disciplina desde un enfoque práctico, además de fortalecer el sentido de pertenencia y responsabilidad.
Los especialistas coinciden en que estas responsabilidades deben estar ajustadas a la edad y ser presentadas como retos o juegos, y no como imposiciones. De este modo, no generan rechazo y se integran como parte de la experiencia vacacional.
3. Valorar el aprendizaje informal
Museos, excursiones, viajes, juegos al aire libre, lecturas libres o simplemente conversar en familia ofrecen oportunidades de aprendizaje experiencial que no deben infravalorarse. Este tipo de vivencias estimulan la curiosidad, el pensamiento crítico y la socialización, complementando el desarrollo académico.
“El verano es una oportunidad excelente para aprender sin libros, para estimular el cerebro a través de la vida. Un paseo por la naturaleza, una conversación sobre el mundo o un taller de cocina pueden ser igual o más valiosos que un dictado”, recuerda Fernández-Durán.
¿Y si no hay tiempo para supervisar?
Uno de los mayores riesgos de imponer rutinas o deberes veraniegos sin adaptación es que acentúan las diferencias socioeconómicas. No todas las familias disponen del tiempo, los recursos o el contexto para mantener un seguimiento cercano. Forzar un modelo único puede generar frustración en padres e hijos y provocar una pérdida de motivación o incluso sensación de fracaso.
Por ello, el enfoque debe ser flexible, personalizado y realista. Lo ideal es establecer unas pocas tareas significativas y adaptables al calendario vacacional, que aporten estructura sin entorpecer el disfrute.
¿Deberes sí o no?
La respuesta más sensata, según los expertos, no es un “sí” o un “no” tajante, sino un “depende cómo y para qué”. Si los deberes de verano se transforman en una carga que genera tensión familiar o impide el descanso, pierden su sentido. Pero si están diseñados como pequeñas herramientas para mantener hábitos, fomentar la autonomía o reforzar habilidades de forma amable, pueden convertirse en aliados.
En definitiva, las vacaciones deben ser un tiempo para que los niños descansen, disfruten, desarrollen nuevas habilidades y regresen en septiembre renovados y motivados. Un verano bien equilibrado no es el que está lleno de tareas, sino aquel que permite jugar, descubrir, colaborar y crecer. Porque aprender no se detiene nunca, aunque se guarden los libros.