Cuento – El viaje de los grillos

Una tarde de mucho sol y calor, los grillos salieron de paseo por los rastrojos que bordean el pie de monte de Cerro Grande. Ellos querían pasar la noche bien lejos, en un lugar fresco, y olvidarse de una vez por todas, del ruiiiii-ruiiiii-ruiiiii de sus violines. Así, que caminaron y caminaron sin descanso por los hilos delgados del atardecer, que, como láminas de cobre, se arremolinaban al pie de los árboles.

Al tropezar con un bosque poblado de apamates, Grillo Sabio oteó fijamente el terreno, observó cuidadosamente cada rincón; luego, dirigiéndose a los otros grillos, les dijo: «Aquí pasaremos la noche porque este es el mejor sitio para descansar. Desde esos árboles que ven ahí, observaremos cómo se columpia el rocío en los granados y cómo acuna la araña el sueño de otros insectos en su colcha de soles…. Además, veremos el lucero del alba antes de que aclare el día». Dicho esto, guardó silencio……. largo y profundo silencio….
Como si hubiera enmudecido para siempre.

Esa noche, las horas caminaron perezosamente y, cuando rompió la mañana, un viento ensordecedor se coló como una tromba por las cortinas silvestres. Entonces, Grillo Sabio -que no se equivocaba- y que todo lo escuchaba con un oído extraordinario de buen músico, dijo, curiosamente: ¿»Oyen…?, esa es la sonata de las chicharras, ¡recojan sus violines y permanezcan callados….totalmente callados! Que desde este momento en adelante, no suene una sola nota de violín trasnochado». Al escuchar la orden, los grillos obedecieron y, de repente, una música que nadie sabe de dónde venía, se ensartó en las ramas de los árboles….. Era la aurora que comenzaba a entonar:

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En las posadas de día
el viento canta sus nanas
y las estrellas se asoman
para mirar la mañana

Los grillos duermen la siesta
sobre una fronda lejana
mientras corren sus cortinas
las ventanillas del alba

Cuando terminó la canción de la aurora, todos quedaron boquiabiertos….
El cielo se había llenado de aureolas fosforescentes y acelofanadas. Entonces, los grillos, que eran tan inteligentes como Grillo Sabio, comprendieron que había llegado la hora de cobijarse en su casita de hojas, para esperar un nuevo amanecer al pie de los apamates.

Desde esa mañana, los grillos pasaron muy felices sus horas, a pesar de que solamente escuchaban el ruiiii-ruiiii-ruiiii de sus violines.

Autor: Inés de Cuevas