Hace mucho, mucho tiempo, cuando aun no había estrellas, la luna pasaba sus noches sola, allí arriba, en el cielo.
De repente, pasó por allí una nube. La luna, muerta de aburrimiento se acercó y le preguntó: “¿Nube, te quedas conmigo a hacerme compañía?” Y la nube le respondió: “Lo siento mucho, luna. Pero mañana por la mañana tiene que llover en esas montañas de allá ¡y ya llego tarde!”
La nube se marchó mientras la luna, otra vez triste se volvía a aburrir mientras miraba como la gente se iva a dormir.
Se sorprendió cuando una niña, de ojos redondos y luminosos se la quedó mirando.
Al cabo de un rato la nena le dijo:
-“Luna, ¿Por qué estás tan triste?”
Luna contestó:
-“Porqué no tengo nadie con quien hablar durante toda la noche y es muy aburrido.”
La nena, la miró, triste y dijo:
-“Yo te haría compañía, pero mañana tengo que levantarme pronto para ir a la escuela… Lo siento”
Entonces la niña entró hacia su habitación y apagó la luz.
Al cabo de unas horas, la luna bostezó y se fue a dormir para dar paso a su hermano Sol. La niña, se levantó temprano y se fue a la escuela de la mano de su madre. De camino, vio un diente de león y acordándose que si se pedía un deseo y se soplaba se cumplía cogió uno. Cerró los ojos, muy, muy fuerte y sopló. Las semillas empezaron a volar y la niña no se movió hasta que perdió de vista la última.
Durante el día, las semillas de dientes de león subieron hacia el cielo lentamente hasta que desaparecieron del todo. Cuando el sol se fue a dormir, la luna se levantó y con un suspiro pensó que tenia toda la noche por delante para pensar en sus cosas. Entonces, a su lado, apareció un puntito, pequeño, pequeño, pequeño, pero muy brillante que la sonreía. Luna, vio que no era el único puntito blanco y brillante, sino que habia miles más a su alrededor. Todas se pusieron a hablar con ella, todas a la vez, provocando que luna se pusiera muy contenta. Miró hacia el cuarto de la niña y le dio las gracias. No sabía si había sido ella, pero la quería igualmente.
Este fue el nacimiento de las estrellas.
Autor: Helena Rovira Rojas