Desde muy temprano, Tocotoc, el cartero de Cataplún, sale a repartir las cartas y los paquetes por todo el pueblo. En un morral grande y resistente Tocotoc lleva los mensajes y regalos que amigos y familiares de otros pueblos envían a los cataplunenses.
A las siete de la mañana Tocotoc da unos golpecitos en la primera casa de su recorrido que suele ser la de Kupka, el zapatero.
– Toc-toc-toc…
– ¿Quién es? -dice el zapatero.
– Soy yo, Tocotoc. Te traigo una carta de tu hija Tris. Viene desde Achix.
– La estaba esperando desde hace varios días. Gracias, Tocotoc -dice Kupka, abriendo la puerta-. Oye, ¿me acompañas a desayunar? Tengo pan recién salido del horno.
– Gracias, amigo, pero voy de paso.
El recorrido continúa por la casa de Lino, el pintor. De allí, Tocotoc pasa a la casa de Alba, que tiene un gallinero. Luego siguen Dubi, que prepara los jugos de frutas más deliciosos de la región, Santi, el entrenador de fútbol; Sebastián, el carpintero, y Plicploc, el plomero. Así, de casa en casa, Tocotoc va entregando el correo que tanto esperan sus paisanos. ¡Qué felicidad sienten ellos al recibir las cartas que Tocotoc les entrega! y siempre, cuando el cartero toca a la puerta, es bienvenido y todos en Cataplún tienen gran amistad con él.
A Tocotoc le gusta mucho ser cartero. Además de poder visitar todos los días a sus amigos, le encanta examinar cada sobre con atención. Le divierte ver los dibujos y los colores de las estampillas y sobre todo tratar de leer en voz alta los nombres de los pueblos lejanos como Ylikiiminki, de donde le envían recetas de helados a Hummmm; Xicoténcatl, donde Choclos tiene una prima; Al-Hanakiyah, donde viven los tíos de Soad la tejedora, o Rarotunga, la isla donde vive Masomenos, un antiguo profesor de Cataplún.
Pero Tocotoc no fue siempre un cartero feliz. Hubo una época en la cual a pesar de lo mucho que le gustaba repartir cartas, no podía evitar sentirse cada día más triste. La causa de tanto pesar era que él, el propio cartero de Cataplún, no tenía nadie que le escribiera una carta y no tenía tampoco a quién escribirle. Tocotoc no podía evitar un hondo suspiro cada vez que entregaba una carta y, a pesar de ser amigo de todos en el pueblo, se sentía descartado.
En todo su recorrido por las casas de Cataplún sólo había un momento en que Tocotoc se sentía verdaderamente feliz. Era cuando llegaba el turno de entregarle las cartas a María, la costurera.
– «¡Qué linda es esa costurerita! -pensaba el cartero y se peinaba y se subía las medias antes de tocar a su puerta.
Toc-toc-toc…
– ¿Quién es? -preguntaba María.
– Soy yo, Tocotoc, y te traigo una carta de Nina la costurera de Ravapindi -respondía el cartero, con las mejillas todas rojas y el corazón que se le explotaba.
La costurera, que era muy trabajadora, nunca tenía tiempo para charlas con Tocotoc y apenas si se despedía. El cartero, por su parte, era tan tímido que no se atrevía a decirle que estaba enamorado de ella.
Una noche, mientras ordenaba las cartas que debía repartir al día siguiente, Tocotoc tuvo una idea que le iluminó el rostro con una gran sonrisa: «Voy a escribirle una carta a María. Le diré lo que siento por ella sin que sepa que soy yo». Y así fue como por primera vez en su vida, el cartero de Cataplún escribió una carta.
Hola, María: Espero que cuando abras este sobre estés contenta y no te hayas pinchado ningún dedito con la aguja de coser. Tú no me conoces, pero yo sí a ti y yo te quiero mucho.
Tú me encantas, Mari. Tus ojitos son como dos limones y tus mejillas como dos bellas manzanas. Tu nariz de frijolito es muy graciosa y tus labios parecen dos pétalos de rosa. Cuando veo un sacacorchos me acuerdo alegremente de tus cachumbos y por las mañanas, la miel del desayuno me trae a la memoria el color de tu pelito. María, eres una niña muy bella, yo te quiero mucho.
Tocotoc dobló el papel y lo metió en el sobre junto con una florcita silvestre.
Al día siguiente Tocotoc salió a repartir sus cartas silbando de alegría pero al llegar frente a la puerta de María se puso muy nervioso.
Toc-toc-toc…
– ¿Quién es? -preguntó María.
– So-soy yo, Tocotoc. Té tra-traigo u-una carta.
– ¿De dónde viene? ¿De quién es? -dijo María emocionada al abrir la puerta.
– No, no sé -dijo Tocotoc con las mejillas todas rojas y el corazón que se le explotaba.
– Bueno, hasta luego Tocotoc -respondió la costurera sin siquiera mirar al cartero.
Al día siguiente, cuando Tocotoc volvió a la casa de María para llevarle una revista, ella ya estaba esperándolo en la puerta desde mucho antes.
– Buenas, Tocotoc, ¿qué cartas me traes hoy? -preguntó impaciente la costurera.
– Buenas, María -dijo Tocotoc con emoción-. Te traigo una revista que viene de Ivigtut.
– Y… ¿nada más?
– No. Nada más -dijo Tocotoc.
– ¿No me traes otra carta como la de ayer? -preguntó María muy curiosa.
– No, María, nada más -dijo el cartero ordenando su morral con aire despreocupado.
– Bueno, hasta luego, Tocotoc -dijo María decepcionada.
Tocotoc se dio cuenta de que su carta había tocado el corazón de la costurera y como no quería que ella estuviera triste repartió rápido las cartas que le quedaban y se fue a su casa a escribir otra carta para María.
Hola, María: Ojalá te haya gustado mi primera carta. Te escribo nuevamente porque siento deseos de hablar contigo. Cómo me gustaría charlar contigo un ratico.
A mí me encanta pasear por el bosque, pero solo no me gusta ir, si tú me acompañas, ¡qué feliz sería yo!
Me gusta mucho cocinar pollo con cebolla y papas, pero me da pereza hacerlo para mí solo si tú quisieras comer conmigo ¡qué feliz sería yo!
Me gusta jugar a las escondidas, pero no tengo con quién jugar, si tú quisieras jugar conmigo, qué feliz sería yo.
Tocotoc dobló el papel y lo metió el sobre junto con una florcita silvestre, como la primera vez.
Al día siguiente María estaba en el balcón de su casa esperando a Tocotoc desde muy temprano.
– ¡Hola, Tocotoc! ¿Qué carta me traes hoy? -preguntó la costurera apenas vio aparecer a Tocotoc en su calle.
– ¡Hola, María! -dijo el cartero, un poco más tranquilo que los otros días-. Te traigo estas revistas y… una carta.
– ¿Una carta? ¿De quién? -dijo María, quitándole el sobre de las manos al cartero.
– No lo sé -dijo Tocotoc risueño.
– ¡Oh! ¡Qué bueno! ¡Hasta luego, querido Tocotoc! -dijo María casi cantando. Tocotoc también quedó muy contento por el resto del día.
Desde entonces el cartero empezó a escribir una hermosa carta de amor a María todas las noches. La costurera recibía el correo feliz y Tocotoc, al ver que sus cartas eran tan bien acogidas, escribía y escribía y escribía cada vez cartas más bellas.
Los días fueron pasando y Tocotoc quería confesarle su amor a María. Quería pasear y conversar con ella. Cada vez que le entregaba una carta y María preguntaba: «¿de quién es?», él siempre estaba a punto de contestar: «mía».
Pero Tocotoc era tímido y pensaba que la costurera nunca lo iba a querer como quería a sus cartas. María cada día se conformaba menos con sus cartas y deseaba conocer la persona que escribía aquellas frases tan hermosas. Su curiosidad empezó a crecer y a crecer…
Un día Tocotoc dejó la casa de María para el final de su recorrido, pues había decidido hablarle a la costurera. Pensó pedirle a María que le hiciera una nueva chaqueta de cartero, así tendría la oportunidad de estar más tiempo con ella.Al llegar a la casa de María, Tocotoc se peinó, estiró sus medias y tomó aire queriendo darse fuerzas. Después de entregar la carta a la costurera, le dijo:
– María, quisiera que tú me hicieras una nueva chaqueta de cartero.
– ¡Claro, Tocotoc! Te la haré con mucho gusto. Sigue y te tomo las medidas -respondió María muy atenta.
En el taller Tocotoc se quitó su vieja chaqueta de cartero y María empezó a tomarle las medidas.
– Manga: 63 cm, talle 55 cm, cintura 87 cm -iba diciendo y anotando la costurera.
– Oye, Tocotoc, ¿por casualidad tú no sabes quién me envía esas cartas que me traes todos los días? -preguntó de repente María.
– Pues, es que… no, la verdad… yo no sé -respondió Tocotoc, tan nervioso que hasta le temblaban las piernas.
– Está bien ¡Qué pesar! -dijo María y siguió tomando las medidas a Tocotoc.
Cuando terminó, la costurera pensó: «¡qué cartero tan guapo!» Tocotoc se despidió rápidamente de María y se fue a su casa corriendo a escribirle otra carta de amor.
María seguía esperando las cartas que Tocotoc le traía y como pasaba horas leyéndolas y releyéndolas, no avanzaba mucho en su trabajo y cometía errores al coser la tela. A Tocotoc no le importaba nada su nueva chaqueta de cartero. Para él era un placer pasar horas probándose la costura de María y conversando con ella.
Una tarde cuando la chaqueta por fin estaba casi terminada, María le preguntó a Tocotoc si quería quedarse a comer con ella.
– ¡Claro, María! -contestó Tocotoc-. Pero yo cocino. Te preparé un pollo con cebollas y papas, que es mi especialidad.
– ¡Delicioso! -respondió María y quedó pensativa- «¿pollo con cebollas y papas? Eso me recuerda algo…».
Tocotoc había empezado a cocinar y ella tenía que poner los platos en la mesa y las flores, que, como todos los días, le trajo el cartero en un florero. Cuando las estaba arreglando cayó en la cuenta de que eran las mismas que el escritor misterioso ponía siempre entre sus cartas.
«Florcitas silvestres, qué casualidad…» -pensó María-.
El pollo que preparó Tocotoc quedó sabrosísimo; y cuando terminaron de comer, María le propuso al cartero que jugaran un partido de damas chinas.
– No, María, mejor juguemos a las escondidas, es más divertido -dijo el cartero espontáneamente.
María aceptó y se fue a esconder de primera. Cuando estaba entre el baúl en que guardaba los retazos, pensó nuevamente en las cartas y el cartero: «…escondidas…».
Jugaron un buen rato hasta cuando la costurera se sintió ya muy cansada. Tocotoc, que estaba feliz y lleno de ánimos, al despedirse le dijo desprevenidamente a María: – ¿Te gustaría ir a pasear conmigo al bosque mañana domingo? ¡Qué feliz sería yo!
– Está bien, Tocotoc -le contestó María.
Esta vez la costurera confirmó sus presentimientos y pensando y pensando se quedó dormida en un asiento junto a la ventana.
Al día siguiente Tocotoc fue a buscar a María para ir al bosque. La costurera le entregó la nueva chaqueta de cartero y él se la puso para estrenarla durante el paseo. Cuando ya estaban en el bosque, María le preguntó a Tocotoc mirándolo fijamente:
– ¿De qué color crees tú que son mis ojos?
– Son verde limón -contestó Tococot inmediatamente.
– ¿Y mis mejillas, Tocotoc? -siguió preguntando la costurerita.
– Son como dos manzanas -contestó Tocotoc sin mirarla.
-¿Y mi nariz? ¿No es cierto que es grandísima?
– ¡María! ¡Estás bromeando!. Tú tienes una nariz de frijolito -dijo Tocotoc mientras recogía unas flores silvestres.
– Tocotoc, la última pregunta: Por la mañana, ¿tú qué desayunas?
– A mí me gusta tomar un vaso de leche y pan untado con bastante miel, mucha, mucha miel -contestó el cartero, entregándole a María un ramito de flores silvestres.
Sin saberlo, ¡Tocotoc se había delatado! Al regresar a casa la costurera se despidió rápidamente del cartero y se sentó inmediatamente a escribir esta carta: Martes 18 de mayo Querido Tocotoc: Espero que cuando abras este sobre estés contento y no te duelan los pies de tanto caminar. Yo te conozco muy bien y te quiero mucho.
Tú, me encantas, Tocotoc. Si tú quisieras prepararme ese delicioso pollo con cebollas y papas otra vez, ¡qué feliz sería yo! Si tú quisieras jugar conmigo a las escondidas otra vez, ¡qué feliz sería yo! Si fuéramos a pasear por el bosque otra vez, ¡qué feliz sería yo!
Además las flores que tu me regalas son las más lindas del campo; y tus cartas, mi lectura preferida. Me gustaría mucho hacerte otra chaqueta para estar contigo otra vez. ¡Me gustaría hacerte muchas chaquetas más!
María.
María dobló el papel y lo metió en el sobre con una florcita silvestre. Al día siguiente, cuando Tocotoc terminó de hacer el reparto, encontró una última carta entre su morral. «Para Tocotoc el cartero de Cataplún», decía el sobre… Toco-toc no lo podía creer.
Finalmente, el cartero de Cataplún, por primera vez recibió una carta.
Clarisa Ruiz, Colombia