Resulta que a Pifucio, que era bastante caprichoso, no le gustaban las cosas mezcladas. Ni los huevos revueltos, ni el puré de zanahoria y zapallo, ni la mayonesa con ketchup. Cuando le daban pan con manteca se comía primero una cosa y luego la otra. Lo mismo hacía con las galletitas rellenas y el arroz con queso. Le gustaba tomar la leche con chocolate y azúcar, pero no le gustaba cuando se la revolvían.
– Pero Pifucio – le decía mamá – para que el azúcar endulce y el chocolate le dé sabor a la leche, hay que mezclarlos.
– A mí me gustan sin mezclar – decía Pifucio – porque después de tomarme la leche me como el azúcar y el chocolate con la lengua y con la cuchara.
Siempre discutía por el mismo tema con la mamá, y también con la maestra, la abuela, la tía, y cualquiera que lo invitara a tomar la leche a la casa.
Un día la mamá se enojó y le dijo:
– Desde ahora te vas a tomar la leche como yo te la dé, y sin protestar.
– Pero mamá, las comidas mezcladas me hacen mal al estómago – decía Pifucio agarrándose la cabeza.
– Pero Pifucio, – le dijo mamá – el estómago no está en la cabeza.
– ¿Y no te digo que las comidas mezcladas me hacen mal? Me suben el estómago a la cabeza y me bajan las palabras a la panza.
– Pero no puede ser – decía la mamá – tomá la leche y dejáte de embromar.
Pifucio se tomó la leche y se siguió agarrando la cabeza.
– Este nene está loquito. Dime Pifucio, ¿si te hago milanesas, las vas a comer? – dijo la mamá.
– Por supuesto que ní. Me encantan las milafritas con papanesas.
– ¿Cómo? – le preguntó la mamá sin entender nada.
– Qué me encantan las papanesas para la almorcena, pero prefiero milafritas para el meriyuno.
La mamá pensó que no estaba oyendo bien, entonces fue a lavarse las orejas al baño.
Cuando volvió, le preguntó a Pifucio:
– ¿Quieres comer ensalada de frutas de postre?
– Por mipuesto – dijo Pifucio – Con manzaranjas, naranjinas y damaznos.
– ¡Pero Pifucio! – dijo la mamá. – ¡Basta de mezclar las palabras!
– Lo que pasa… – dijo Pifucio llorando y con hipo – es que me se mezclan las palábagas en el estómagro.
La mamá le dio un beso, y le dió permiso para que tomara la leche como él quería.
Pifucio se sonó la nariz, se lavó la cara, y se tomó toda la leche. A la noche, cuando tuvo que decir qué gustos de helado quería ponerle a la ensalada de fruta, no se equivocó ni una vez. Cuando se lo sirvieron estaba sin mezclar, y se lo comió todo.