La gallina de plumaje dorado se levantó del escondite donde empollaba sus huevos. Llevaba días debajo de un frondoso helecho del jardín. Mientras escarbaba buscando gusanos en la tierra, cantaba como si se sintiera feliz.
– Ca-ca-ca-ca-ca, ca-ca-ca-ca-ca
Adrién aguzó el oído para escuchar el canto monótono de la gallina. Aquello era nuevo para él.
– Abuelita, ¿qué es eso?
– Es la gallina cantando.
– Quiero verla.
– Te la mostraré de lejos, porque te puede picar.
– ¿Por qué?
– Porque está echada.
– ¿Por qué?
Adrién continuó haciendo preguntas. La abuela ya no sabía cómo satisfacer su curiosidad. Lo llevó al patio. Tan pronto vio la gallina, quiso acercarse para cogerla, pero ésta erizó el plumaje y corrió hacia él, amenazante. Adrién se protegió, asustado y lloroso, en los brazos de la abuela.
Fue sólo un susto. Era la primera vez que pasaba unos días en la finca de la abuela. Había vivido sus escasos cuatro años en la ciudad y las visitas al campo habían sido breves. Los días en el campo eran fascinantes para él. Que su abuela hiciera tostones de un plátano verde que cogió de una de sus matas, lo dejó embelesado. Su madre también hacía tostones, pero los sacaba de una bolsa del congelador. Que su abuela abriera una vaina y muchos granos de gandules, cayeran en sus manos, le parecía un cuento. Su madre abría una lata y allí estaban los gandules.
En el campo ocurrían muchas cosas nuevas a los ojos de Adrién.
Al día siguiente, la abuela se acercó al helecho donde la gallina se ocultaba y vio gozosa algunos cascarones esparcidos por el nido y unos polluelos aún mojados y cegatos. Le pareció un espectáculo para su nietecito. Subió corriendo hasta la sala donde el niño coloreaba con su abuelo.
– Ven, quiero mostrarte algo.
– ¿Qué?
– Vamos para que veas los pollitos que tuvo la gallina.
– ¿Y si me pica?
– No dejaré que te pique.
Adrién estaba maravillado, ya había tres pollitos con la gallina que los paseaba orgullosa.
– Pío- pío-pío – decían los pollitos, siguiendo a la madre.
De pronto, la abuela escuchó un piar profundo dentro de uno de los huevos que aún quedaban. Lo cogió con extremo cuidado. Mientras el niño miraba embelesado, la abuela iba rompiendo el cascarón. Primero apareció un diminuto pico, después la cabeza y luego el resto del cuerpo pequeño, amarillo y mojado. Minutos después, el pollito corría con la madre y piaba feliz.
– Ese pollito es mío.- Dijo con seguridad.
– Sí, mi amor, ese es tu pollito.
– Quiero cogerlo.
– No puedes cogerlo hasta que esté grande.
– ¿Por qué?
– Porque la gallina no quiere que lo cojan.
– ¿Por qué?
Antes de ella alcanzar a contestar, la gallina se acercó con su hermosa cría. Sus cánticos distrajeron a Adrién, y la abuela creyó que se habían acabado las preguntas.
– Pío-pío-pío.
– Abuela, ¿quién les enseñó a cantar?
Autor: Carmen Camacho Ilarraza
Vía: Guía Infantil