La preocupación más común de todas las familias es cómo preparar a sus hijos para el futuro. Y así como el mundo ha cambiado, la educación también, pues ha dejado de centrarse exclusivamente en la acumulación de datos para enfocarse en desarrollar la capacidad de análisis y el pensamiento crítico desde las primeras etapas.
Es en la educación infantil donde se siembran las semillas de la curiosidad, y modelos pedagógicos probados, como la educación internacional británica, han perfeccionado este enfoque, entendiendo que el “cómo” se aprende es tan importante como el “qué”.
La curiosidad como método de enseñanza
Tal y como comentábamos, el modelo británico destaca por su enfoque en el inquiry-based learning o aprendizaje basado en la indagación. Este método es especialmente útil en los niños, sobre todo cuando están en sus primeros años porque son naturalmente curiosos.
De esta forma, en lugar de suprimir esa curiosidad dando respuestas directas y limitadas a la memorización, el sistema utiliza la curiosidad como protagonista del aprendizaje.
En este método de enseñanza, el profesor actúa más como un facilitador. Por ejemplo, si un niño pregunta por qué llueve, la respuesta no es un simple dato científico, sino que, por el contrario, es el comienzo de un proyecto. El niño puede explorar el agua, los ciclos, su origen, los sonidos, etc. Todo ello para fomentar que los propios alumnos formulen hipótesis y busquen respuestas.
La principal ventaja de esta metodología es que asegura que el conocimiento adquirido sea profundo y significativo, construyendo una base sólida para futuras materias complejas.
El error como parte valiosa del proceso
Sin lugar a dudas, el reto más grande en la crianza es enseñar a los niños a gestionar la frustración, y una vez más, el sistema educativo británico es la solución porque integra el concepto de «mentalidad de crecimiento» o growth mindset.
Mediante este método, se valora el esfuerzo por encima del resultado inmediato, por lo que el error no se penaliza; por el contrario, se analiza.
Los alumnos aprenden que equivocarse es una parte esencial para acertar, y gracias a ello, podrán atreverse a ser más creativos, a probar soluciones “innovadoras” y a desarrollar una confianza genuina en sí mismos. Esto, a su vez, fomenta la resiliencia, una habilidad blanda que se volverá esencial en la vida adulta.
Una educación integral más allá del idioma
Hablar inglés fluido es un resultado evidente de la educación británica internacional. Sin embargo, la propuesta formativa de estos centros va mucho más lejos:
El énfasis en el Pastoral Care (cuidado y bienestar del alumno) es distintivo. Se entiende que el bienestar emocional es un prerrequisito para el éxito académico, y es por ello que se pone un especial esfuerzo en trabajar la empatía, el debate respetuoso y la inteligencia emocional desde las primeras etapas.
Las artes, la música y el deporte dejan de ser actividades extraescolares relegadas para convertirse en componentes esenciales del currículo. En general, lo que se busca es formar individuos completos, capaces de expresarse en distintos formatos y de colaborar con personas de diferentes culturas.
El objetivo es preparar ciudadanos globales, adaptables y conscientes de su entorno.
