Érase una vez una rosa muy coqueta y vanidosa que, como veía que todos se detenían ante ella para alabar su belleza, ni siquiera quería hablarles a las otras flores del jardín.Por la mañana ella amanecía toda cubierta de rocío y luego se iba abriendo lentamente, mostrando uno a uno sus pétalos, creyéndose mejor que las demás….
En eso, una abeja se posó en una hoja de un árbol cercano y viéndola tan engreída le preguntó:
– ¿ Por qué eres así con las otras flores del jardín? Tú eres sin duda la más bella, pero no eres la más dulce, ¿ qué te hace pensar que tú eres la mejor?
La rosa escuchó sin mover una espina y se hizo la desentendida. Porque, pensó ella, quién era esa abeja para pedirle explicaciones. Ella se sentía la reina de las flores y a una reina no se le habla así no más.
La abeja a su vez, al verse ignorada, no insistió, y se fue volando hacia otra flor más agradable.
Al otro día, a una mariposa que revoloteaba por el jardín también le llamó la atención el aíre de superioridad de la rosa y acercándose le preguntó:
-¿ Quién eres tú que te estiras y miras con desprecio a las demás flores del jardín?, Tú eres sin duda la más bella, pero no eres la más dulce ¿ qué te hace pensar que eres la mejor?
Otra vez la rosa escuchó sin decir una palabra y la mariposa que no estaba de humor para soportar a una pesada como esa, también se marchó.
Así pasaron los días y la rosa seguía creyéndose la mejor. Las otras flores del jardín murmuraban entre ellas y por supuesto, esa rosa no les caía muy bien.
Yo soy la más bella – se decía la rosa – no hay otra como yo.
Pero entonces, sucedió algo inesperado.La dueña del jardín apareció con unas tijeras en las manos y a esa rosa, que era por cierto la más bella, fue la única que cortó.
Se la llevó adentro de la casa y la puso con un poco de agua en un jarrón. Al poco tiempo, como era de esperarse, la rosa comenzó a marchitarse y sus pétalos se pusieron tristes y empezaron a caerse.
Su belleza desaparecía mientras podía ver a través de la ventana a las otras flores del jardín.
Ellas continuaban perfumando el jardín con sus dulces fragancias y las abejas y las mariposas seguían revoloteando alrededor.
Entonces, la rosa comprendió que su belleza le había traído su desgracia al llamar tanto la atención. Y que a veces es mejor no serlo demasiado, sino que le habría sido mucho más provechoso ser dulce y sencilla como las otras flores del jardín. Porque mientras ella se moría triste y fea en ese jarrón, las dulces flores continuaban gozando del sol y del rocío. Cosas que ella, que se creía la más bella y apreciada, no vería nunca más.